Que el insípido socialdemócrata
François Hollande haya ganado las elecciones presidenciales francesas no me
hace ninguna ilusión. Tampoco tengo ninguna esperanza, al menos de momento, en que
este triunfo suponga una ruptura definitiva con las actuales políticas neoliberales
y europeístas que asolan el viejo continente. Pero si por algo me alegro de
este triunfo es debido a la patada en el culo que el electorado francés le ha
dado a Nicolás Sarkozy para que desaloje el Palacio del Elíseo.
La elección francesa es un castigo a la sumisión económica
de los estados a los mercados y a los poderes financieros. Es un voto que rompe
con el eje francoalemán y con el pseudomatrimonio Merkozy que gobierna toda la
Unión Europea a su antojo. Es todo un correctivo a las políticas antisociales
que debilitan el estado de bienestar de trabajadores y ciudadanos. Y es un
claro rechazo a la política-show mediatizada del que ha sido un claro aspirante
a Napoleón.
Pero no cantemos victoria todavía, el triunfo de la
socialdemocracia francesa no es bueno, es lo menos malo que podía pasar. Es prácticamente
seguro que los ajustes y reformas que Hollande practicará no tengan la dureza
que hubieran tenido en el caso de que Sarkozy continuara en el Elíseo. Pero
esto no significa que vaya haber un cambio de rumbo serio en el fondo de las
políticas. La subordinación a la troika europea continuará, supongo que con
algo de disimulo, aunque con algún matiz más social, que visto el cariz que las
medidas han tomado últimamente no es poco.
La esperanza de la ruptura y el cambio definitivo están
puestas en las elecciones legislativas del mes que viene. Y, sobre todo, en la
nueva coalición de verdadera izquierda, el Front
de Gauche (Frente de Izquierdas), que además de conseguir unificar en torno
a la figura de Jean-Luc Mélenchon a todas las fuerzas izquierdistas
comprometidas con la transformación social, logró en la primera vuelta de las
elecciones presidenciales un gran resultado. François Hollande debe entender
que el apoyo del Front de Gauche en
la segunda vuelta ha sido clave para su triunfo. Asimismo debe servir para
hacer fuerte oposición al auge del Front
Nationale (Frente Nacional) de Marine Le Pen, formación de extrema derecha
que, gracias a las teorías neofascistas que se extienden por Europa y que
Anders Breivik puso en práctica con la masacre de Oslo y la isla de Utoya
(Noruega), ha conseguido engañar y cautivar a muchos descontentos con el actual
sistema, culpabilizando de su situación a inmigrantes y sectores marginales.
El mensaje que a España debe llegar de estas elecciones
presidenciales francesas es claro, y Mariano Rajoy debe ir poniendo ya sus
barbas a remojo. La ciudadanía francesa ha castigado la ínfima resistencia de
su estado a los mercados financieros, y apuesta por una alternativa a las
políticas de austeridad y una concepción diferente de la economía y de la
sociedad. Pero aquí, mientras esperamos a que nos llegue la oportunidad de
cambio en las urnas, tenemos una cita con la calle el próximo sábado 12. Una
cita que sirva para celebrar el aniversario del Movimiento 15M y que, sobre
todo, sirva para canalizar la indignación y para hacer frente común a las
políticas regresivas de nuestro Gobierno.